
Existen algunos panoramas privilegiados, de belleza tan extraordinaria y atrayente que, al contemplarlos, no pocas personas piensan arrebatadas: “¡Ah! ¡Si pudiese vivir aquí para siempre, empapándome todas las mañanas con este maravilloso paisaje!”.
Entre esos paisajes excepcionales se encuentra, sin duda, la magnífica Bahía de Guanabara, en Río de Janeiro.
La belleza del lugar deslumbró a los portugueses que llegaron a esta tierra y, en especial, a cierto hombre llamado Antonio de Caminha, natural de Aveiro. El grandioso horizonte ciertamente le evocaba al Dios creador, artífice de tal maravilla.
Buscando vivir de incógnito y solitario como un ermitaño, Antonio, en 1670, se refugió en una cueva del llamado “Morro do Leripe”, para vivir en oración y contemplación.
Dotado de talentos artísticos, esculpió él mismo una imagen de la Virgen María, la cual, bajo la invocación de Nuestra Señora de la Asunción, o de la Gloria, veneraba en su ermita. Con los años, el lugar comenzó a atraer la devoción de otros fieles, que acabaron por constituir una fervorosa hermandad en torno de la veneranda imagen. Posteriormente, edificaron en ese mismo lugar una pequeña capilla de ladrillos.
Décadas más tarde, habiendo crecido tal devoción entre los habitantes de Río, nació el deseo de erigir una iglesia, en sustitución de la capilla original, que ya estaba deteriorada por el tiempo. Bajo la dirección del arquitecto Teniente-Coronel José Cardoso Ramalho, la construcción concluyó en 1739. En el mismo año, Mons. Fray Antonio de Guadalupe, Obispo diocesano de Río de Janeiro, instituyó canónicamente la Hermandad de Nuestra Señora de la Gloria.
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Un grandioso panorama natural como la Bahía de Guanabara, merecería ser complementado por una obra arquitectónica de vastas dimensiones.
Sin embargo, incluso un edificio simple y, por así decirlo, virginal —como la Iglesia de Nuestra Señora de la Glo ria— en el Outeiro da Glória (Mirador de la Gloria), podría perfeccionar con su discreto encanto, la fabulosa belleza puesta ahí por el Creador Reflejando la luz del sol tropical durante el día o refulgiendo con sus paredes iluminadas en medio de la caliente noche carioca, el pequeño templo bien parece una joya, o un inocente juguete olvidado sobre una de las colinas de la Bahía de Guanabara.
La bucólica y pequeña iglesia forma parte de los tesoros de la arquitectura barroca en Brasil. Sus características paredes blancas, moldeadas por piedras de granito, pueden ser vistas desde las llanuras del Aterro do Flamengo. Dos octógonos irregulares, alargados y entrelazados, componen la nave central y la sacristía.
Sobre ellas se alza la torre, de cuatro lados, coronada por una cúpula en forma de bulbo.
Trasponiendo las austeras puertas de jacarandá, llaman la atención del visitante las columnas de cantería, primorosamente talladas, y los azulejos portugueses ilustrados con temas bíblicos. Los tres altares, de estilo rococó, son obra de Ignacio Ferreira Pinto, y sobre el arco de la capilla mayor se encuentra el escudo de la Familia Imperial Brasileña.
En 1937, la Iglesia de Nuestra Señora de la Gloria fue declarada Monumento Nacional, y en 1950 el Papa Pío XII le confirió el honroso título de Basílica Nacional de la Asunción.
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