El día 1 de noviembre de 1950 —época en la que los viajes eran mucho más lentos y fatigantes que hoy— la plaza de San Pedro se llenó de fieles para asistir a la proclamación del dogma de la gloriosa Asunción de María en cuerpo y alma a los Cielos.
Este acto correspondía a un clamor de toda la Iglesia, relatado y analizado de manera excelente en la Constitución Apostólica Munificentíssimus Deus , instrumento usado por Pío XII para declarar esta verdad de Fe.
Ahora, transcurridas seis décadas de aquella histórica fecha, transcribimos algunos extractos de ese documento pontificio, en los que parece que se oye aún el pedido unísono de pastores y fieles implorándole al Santo Padre la proclamación del cuarto dogma mariano.
Innumerables súplicas llegadas de todas las partes del mundo
Cuando fue solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria de su concepción, los fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto antes fuera definido por el Supremo Magisterio de la Iglesia el dogma de la Asunción corporal al Cielo de María Virgen.
Efectivamente, se vio que no sólo los fieles particulares, sino los representantes de naciones o de provincias eclesiásticas, y aun no pocos Padres del Concilio Vaticano, pidieron con vivas instancias a la Sede Apostólica esta definición.
Después, estas peticiones y votos no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron de día en día en número e insistencia. En efecto, a este fin fueron promovidas cruzadas de oraciones; muchos y eximios teólogos intensificaron sus estudios sobre este tema, ya en privado, ya en los públicos ateneos eclesiásticos y en las otras escuelas destinadas a la enseñanza de las sagradas disciplinas; en muchas partes del orbe católico se celebraron congresos marianos, tanto nacionales como internacionales. Todos estos estudios e investigaciones pusieron más de relieve que en el depósito de la Fe confiado a la Iglesia estaba contenida también la Asunción de María Virgen al Cielo, y generalmente siguieron a ello peticiones en que se pedía instantemente a esta Sede Apostólica que esta verdad fuese solemnemente definida.
En esta piadosa competición, los fieles estuvieron admirablemente unidos con sus pastores, los cuales, en número verdaderamente impresionante, dirigieron peticiones semejantes a esta cátedra de San Pedro.
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El día 1 de noviembre de 1950, Pío XII proclamaba solemnemente el dogma de la Asunción en la Plaza de San Pedro.
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Por eso, cuando fuimos elevados al trono del Sumo Pontificado, habían sido ya presentados a esta Sede Apostólica muchos millares de tales súplicas de todas partes de la tierra y por toda clase de personas: por nuestros amados hijos los cardenales del Sagrado Colegio, por venerables hermanos arzobispos y obispos de las diócesis y de las parroquias. [...]
Inequívocas manifestaciones de fe en la Asunción
Esta misma fe la atestiguan claramente aquellos innumerables templos dedicados a Dios en honor de María Virgen Asunta al Cielo y las sagradas imágenes en ellos expuestas a la veneración de los fieles, las cuales ponen ante los ojos de todos este singular triunfo de la Bienaventurada Virgen. Además, ciudades, diócesis y regiones fueron puestas bajo el especial patrocinio de la Virgen Asunta al Cielo; del mismo modo, con la aprobación de la Iglesia, surgieron institutos religiosos, que toman nombre de tal privilegio. No debe olvidarse que en el rosario mariano, cuya recitación tan recomendada es por esta Sede Apostólica, se propone a la meditación piadosa un misterio que, como todos saben, trata de la Asunción de la Beatísima Virgen.
Pero de modo más espléndido y universal esta fe de los sagrados pastores y de los fieles cristianos se manifiesta por el hecho de que desde la antigüedad se celebra en Oriente y en Occidente una solemne fiesta litúrgica, de la cual los Padres Santos y doctores no dejaron nunca de sacar luz porque, como es bien sabido, la sagrada liturgia “siendo también una profesión de las celestiales verdades, sometida al supremo magisterio de la Iglesia, puede oír argumentos y testimonios de no pequeño valor para determinar algún punto particular de la doctrina cristiana”. [...]
La solemne definición del dogma
Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.
(Extractos de la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, 1/11/1950)
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