V/. Nosotros Os adoramos y Os bendecimos
R/. Que por vuestra Santa Cruz redimisteis al mundo
Lectura:
Llegados que fueron al lugar llamado Calvario, allí le crucificaron; y con él a los ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Pilatos redactó una inscripción y la puso encima de la cruz. Estaba escrito: “Jesús Nazareno, rey de los judíos” (Lc. 23, 33; Jn. 19,19).
Estaban al mismo tiempo junto a la cruz de Jesús, su madre, y la hermana, o la parienta de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Habiendo mirado, pues, Jesús a su madre y al discípulo que él amaba, el cual estaba allí, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel punto se encargó de ella el discípulo, y la tuvo consigo en su casa. (Jn. 19, 25-27).
Meditación:
Por fin llega Jesús al Calvario, lugar donde, según una piadosa y antigua tradición, Adán había sido sepultado. Allí abundó el pecado, allí transbordaría la gracia.
¡Crucificado! Aquella misma cruz que tanto le pesaba sobre los hombros sería su instrumento de muerte. Los brazos abiertos para atraer a sí a la humanidad entera, sin distinción de personas de cualquier especie, conforme afirma San Juan Crisóstomo. Ya en estado pre-agónico, enormes clavos perforaron sus sagradas manos y divinos pies, llevándolo a contorcerse de dolores.
La maldad esmerada de sus acusadores, llega al punto de crucificarlo entre dos ladrones, para ser considerado como tal.
Y Pilatos, como buen representante de todos los que buscan tomar una posición de neutralidad entre el Bien y el Mal, al mismo tiempo en que condenaba a muerte a Jesús, quiso reconocer su realeza sobre el pueblo que exigía su crucifixión. Terminaba así, de “lavar” las manos por el derramamiento de sangre del Inocente.
Al pie de la cruz, mientras los soldados se repartían entre sí los haberes materiales del Divino Crucificado, Él entregaba su preciosa herencia –María Santísima- al discípulo amado, en un último y supremo gesto de amor filial. También estaban allí las santas mujeres, dignas de admiración por su valerosa determinación de permanecer junto a la cruz, puestos los ojos en el Salvador, insensibles al odio de los fariseos que puso en fuga a los Apóstoles. Pero, ejemplo sin igual nos da la Madre de Dios, como recuerda Teófilo: “Imitad, oh madres piadosas, a esta que tan heroico ejemplo dio de amor maternal a su amadísimo Hijo único; porque ni vosotras tendréis hijos más cariñosos, ni la Virgen esperaba el consuelo de poder tener otro.” (Breve pausa para reflexión)
Oración:
Os doy gracias, ¡Oh Jesús mío! Reconstituyo en esta meditación, el drama de la locura de amor de un Dios por sus criaturas. Si fuese yo el único en haber pecado, vuestro procedimiento no habría sido otro. Por eso, afirmo con toda certeza: Vos fuisteis crucificado por mí. Nada faltó para haceros sufrir hasta el extremo del dolor.
Que vuestra crucifixión arranque de mi alma los caprichos y los vicios que me desvían de Vos. ¡Cuántos apegos, cuántas pasiones, cuántos delirios!... Concédeme las mismas gracias derramadas sobre el buen ladrón y pueda yo un día estar con Vos en el Paraíso.
Que yo escoja siempre la posición de Bien y jamás siga las vías de Pilatos.
Con relación a aquellos que son míos, jamás tenga yo un amor egoísta, impidiéndoles de cumplir su vocación.
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecadores,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amen.
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