V/. Nosotros Os adoramos y Os bendecimos
R/. Que por vuestra Santa Cruz redimisteis al mundo.
Lectura:
Después de esto, José, natural de Arimatea (que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo de los judíos) pidió licencia a Pilatos para recoger el cuerpo de Jesús, y Pilatos se lo permitió. Con eso vino, y se llevó el cuerpo de Jesús.
Vino también Nicodemo, aquel mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a Jesús, trayendo consigo una confección de mirra, y de áloe, cosa de cien libras.
Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y bañado en las especies aromáticas, lo amortajaron con lienzos, según la costumbre de sepultar de los judíos. (Jn. 19, 38-40)
Meditación:
Muerto Jesús, estaba aplacada la furia de sus enemigos... ¡Terrible engaño! Basta considerar las persecuciones que hubo en estos dos milenios de cristianismo, del Coliseo hasta los numerosos mártires de nuestra época.
¿Y dónde estaban los doce Apóstoles? ¿Por qué no fueron a adorar el Cuerpo de Jesús, antes de ser sepultado? Si la razón era el temor, no pocas justificativas debería tener José de Arimatea, pues “ era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo de los judíos”.
La Providencia traza con perfección las líneas de la Historia. José de Arimatea, además de ser noble, era muy relacionado con Poncio Pilatos, reuniendo, por tanto, las condiciones favorables para obtener de él la autorización necesaria para que Jesús no fuese enterrado como un condenado cualquiera, sino como una persona ilustre. ¿Quién, a no ser José, tendría coraje de presentarse al gobernador romano para pedirle el cuerpo de un crucificado? Por eso, a respecto de él comenta San Juan Crisóstomo: “Véase el valor de este hombre: se pone en peligro de muerte atrayendo sobre sí las enemistades de todos, por su afecto a Jesucristo...”
¡Qué gracia única disteis a José, oh Jesús!, la de poder bajar de la cruz, con el auxilio de Nicodemo, vuestro Divino Cuerpo. Por respeto, o por otras razones aún más elevadas, el Evangelio no describe los dolores de la Madre de Dios en esta hora tan dramática. ¡Ella, que confería y guardaba en el corazón todos los acontecimientos! ¿Cómo habría recibido en sus brazos aquel cuerpo inanimado, todo herido y ensangrentado?
El Evangelista hace observar muy bien el hecho de haberse seguido, en la sepultura, el ritual acostumbrado. Todo conducía a la más alta simbología: los lienzos eran de lino, no de seda, ni bordados en oro; y el lino sólo después de muy golpeado se vuelve blanco. “Significa que el cuerpo de Aquel que fue tomado de la tierra (esto es, de la Virgen) por el trabajo de la Pasión, llegó a la belleza de la inmortalidad”, dice San Jerónimo. Es por esta razón que la Santa Iglesia no celebra el Santo Sacrificio del Altar sobre seda o cualquier otro tejido, por más rico que sea, sino sobre lino blanco. (Breve pausa para reflexión)
Oración:
Oh Sagrado Cuerpo de Jesús, os encontráis separado de vuestra Santísima Alma, pero todavía unido a la Divinidad y, por tanto, absolutamente adorable. Viéndoos así sin vida, siento mi corazón gemir. Esas manos que restituyeron a Malco la oreja cortada, dieron órdenes a los mares y a las tempestades, expulsaron a los mercaderes del Templo, hicieron el bien por todo Israel, ya no se articulan. Vuestros pies que caminaron sobre las aguas y cruzaron todas las distancias de vuestra nación en busca de los necesitados, no se mueven. Vuestra voz que hacía estremecer a los fariseos, pero perdonaba con dulzura a los pecadores arrepentidos y arrancó de su tumba a Lázaro resucitado, ya no se hace oír. Vuestra mirada que Santificó a Pedro, ahora es vítrea. Una sola llaga os cubre de alto a abajo.
Oh Virgen Dolorosa, os imploro la gracia insigne de mantener ante mí, por el resto de mi vida, esa terrible imagen de la gravedad del pecado. Si hubiese cometido un solo pecado y fuese el único en todo el género humano, ahí estaríais Vos con ese Cuerpo sagrado en vuestros virginales brazos, por mi causa. ¡Perdón, mi Madre, perdón! Y ¡ayúdame a nunca pecar más!
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecadores,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amen.
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