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“Soy un obispo salesiano, ciertamente, y un obispo salesiano mantiene enteramente el espíritu de pertenencia a su congregación”.
Mons. Enrico dal Covolo durante la entrevista realizada en el seminario de los Heraldos del Evangelio, en Caieiras, Brasil. |
¿Cuáles fueron los objetivos de Su Excelencia en su visita a Brasil?
En estas tres proficuas semanas he visitado, sobre todo, todos los centros universitarios vinculados a la Universidad Pontificia Lateranense, habitualmente llamada la Universidad del Papa. Además, he implementado acuerdos con nuevos centros, por ejemplo, con la Universidad Salesiana de Campo Grande.
Pienso que ha sido un trabajo importante, porque la relación entre universidades afiliadas, agregadas o concertadas, no puede ser únicamente burocrática, fiscal o jurídica.
Debe ir más allá, crear una verdadera comunidad académica, lo que significa comunión de intenciones, el compartir una misma misión.
¿Cómo es el día a día de un rector de la Lateranense?
Es bastante monótono. Comienza normalmente a las siete, con la Misa para los estudiantes, celebrada por el mismo rector. Concluida ésta, me dirijo al hall de la universidad, donde saludo a los estudiantes que van llegando. Terminado este cordial momento, que a los alumnos les gusta, subo a mi despacho. Empiezan entonces las audiencias y el trabajo rutinario del despacho.
Se trata de un ritmo algo monótono, pero rico en contactos y en posibilidades. Tenemos un programa muy intenso de simposios, encuentros, congresos; y yo, por regla general, trato de hacer un saludo, no formal, pero dirigido a cada participante en esas reuniones. También llegan con frecuencia consultas de congregaciones y dicasterios, incluso para nombramientos de obispos. En todos estos casos tenemos que estar preparados para dar una opinión bien razonada, que pueda resultar útil.
¿Cómo influye en esa tarea el hecho de ser obispo e hijo de San Juan Bosco?
Me quedé realmente algo sorprendido cuando el Santo Padre quiso nombrarme obispo, tan sólo dos meses después de haber ocupado la función de rector de la universidad, sobre todo porque no tengo otro cargo además de éste.
El Papa quiso hacerlo seguramente para darle más autoridad al rector de su universidad, pero también para concederle una gracia más. La ordenación episcopal confiere un salto cualitativo en el orden de la gracia y eso se percibe en el ejercicio de las funciones directivas: me siento mucho más capaz de enfrentarme a las dificultades, las cosas erradas o diferentes que no había previsto, de soportar las contrariedades.
Soy un obispo salesiano, ciertamente, y un obispo salesiano tiene características especiales, mantiene enteramente el espíritu de pertenencia a su congregación, al carisma de Don Bosco. Por lo tanto, ejercer el cargo de rector como obispo salesiano significa, sin duda, privilegiar el sistema preventivo de San Juan Bosco: la razón, la religión, el cariño; ser particularmente sensible a los retos de la educación en el momento presente; ser capaz de dar respuesta exacta, precisa, válida, frente a la emergencia educativa de nuestros días.
¿Cuáles son los desafíos más inmediatos de las universidades católicas, especialmente en el campo de la ética y de la moral, ante la actual dictadura del relativismo?
Creo que en este momento, en el que con razón se habla de “dictadura del relativismo”, un buen educador, en el ambiente universitario católico —aún más en el de una universidad pontificia—, debe tener en cuenta de modo privilegiado las enseñanzas, el magisterio del actual Pontífice, Benedicto XVI, ya que, evidentemente, en las presentes circunstancias, es como un faro que nos ilumina ante las provocaciones del relativismo que nos rodea.
Él mismo fue el que nos habló de “emergencia educativa”. Me parece que la respuesta precisa que la Universidad del Papa y las Pontificias Universidades Católicas en general deben ofrecer en la actual emergencia educativa es la formación de los formadores, la cual debe ser llevada a cabo en el itinerario académico característico de las instituciones en las que nos encontramos.
Por consiguiente, a través del estudio, de la investigación, en la búsqueda apasionada de la verdad. Esto no debería ser descuidado en ninguna universidad, aún menos en las universidades católicas.
¿Podría decirnos algo sobre el proyecto “Casa Zaccheo”, del que Su Excelencia es el coordinador?
Es un proyecto original, estudiado precisamente para ser un expresivo signo en el próximo Año de la Fe. Con aprobación del Gran Canciller —el cardenal Vallini, vicario del Santo Padre— instituimos la Casa Zaccheo, que no es un colegio, ni un internado: es una casa de convivencia, donde se vive en profundidad la vida comunitaria; y todos los que participan en esta original experiencia formativa son personas comprometidas a interrogarse, ante Dios, sobre su vocación. Están, por tanto, a la búsqueda del proyecto de Dios a su respecto. De ahí podrán salir buenos padres y buenas madres de familia, y esperamos que también buenos sacerdotes, buenas religiosas, buenos consagrados.
¿Qué mensaje Su Excelencia daría a los jóvenes heraldos, con los que ha entablado contacto estos días?
Entre otras cosas hermosas que me han pasado estos días, está el encuentro con los Heraldos del Evangelio. No conocía mucho su vida y, por lo tanto, para mí ha sido preciosa esta experiencia de convivencia de más de una semana con ellos. He podido apreciar el entusiasmo y la lozanía del carisma, el cual, como he observado, tiene muchos puntos de contacto con el carisma de San Juan Bosco: también aquí la preocupación fuerte es la educativa, la educación de los jóvenes por medio de la cultura; por lo tanto, de la enseñanza, de la investigación, del estudio. He encontrado óptimos heraldos que están alcanzando un apreciable nivel de competencia en el campo de la investigación universitaria.
Lo que me ha impresionado ha sido la presencia de tantos jóvenes de todas las edades. Todos muy entusiastas, muy participantes en la misión educativa recibida de su fundador, con quien pude encontrarme personalmente e intercambiar algunas palabras. También me impresionó sobremanera el amor a la belleza, a la belleza considerada exactamente como vía para elevarse a Dios, para alcanzar la santidad. Y me parece oír un adagio famoso en la teología del siglo XX: “La belleza salvará al mundo”.
A esos chicos que he encontrado entre los Heraldos del Evangelio les recomendaría continuar con firmeza y con el mismo entusiasmoque he visto, el camino emprendido. Por cierto, toda fundación joven como ésta necesita consolidarse, pero consolidación no significa disminuir el nivel del entusiasmo inicial.
Les recomiendo que, contribuyendo a la consolidación de su institución, en el diálogo con la Iglesia local, en la obediencia a los obispos, nunca pierdan ese entusiasmo y ese amor a la belleza, esa voluntad de crecer educando, que he podido comprobar en ellos durante estos días.
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