María es llamada la "llena de gracia" (Lc 1, 28) y con esta identidad nos recuerda la primacía de Dios en nuestra vida y en la historia del mundo; nos recuerda que el poder de amor de Dios es más fuerte que el mal, puede colmar los vacíos que el egoísmo provoca en la historia de las personas, de las familias, de las naciones y del mundo. Estos vacíos pueden convertirse en infiernos donde es como si la vida humana fuera arrastrada hacia abajo y hacia la nada, privada de sentido y de luz.
El aliento apacible de la Gracia puede desvanecer las nubes más sombrías
Los falsos remedios que el mundo propone para llenar estos vacíos -emblemática es la droga- en realidad amplían la vorágine. Sólo el amor puede salvar de esta caída, pero no un amor cualquiera: un amor que tenga en sí la pureza de la Gracia - de Dios, que transforma y renueva- y que pueda así introducir en los pulmones intoxicados nuevo oxígeno, aire limpio, nueva energía de vida.
María nos dice que, por bajo que pueda caer el hombre, nunca es demasiado bajo para Dios, que descendió a los infiernos; por desviado que esté nuestro corazón, Dios siempre es "mayor que nuestro corazón" (1 Jn 3, 20). El aliento apacible de la Gracia puede desvanecer las nubes más sombrías, puede hacer la vida bella y rica de significado hasta en las situaciones más inhumanas.
El cristianismo es esencialmente una "alegre noticia"
Y de aquí se deriva la tercera cosa que nos dice María Inmaculada: nos habla de la alegría, esa alegría auténtica que se difunde en el corazón liberado del pecado. El pecado lleva consigo una tristeza negativa que induce a cerrarse en uno mismo. La Gracia trae la verdadera alegría, que no depende de la posesión de las cosas, sino que está enraizada en lo íntimo, en lo profundo de la persona y que nadie ni nada pueden quitar. El cristianismo es esencialmente un "evangelio", una "alegre noticia", aunque algunos piensan que es un obstáculo a la alegría porque ven en él un conjunto de prohibiciones y de reglas.
En realidad el cristianismo es el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado; de la vida sobre la muerte. Y si comporta renuncias y una disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento es precisamente porque en el hombre existe la raíz venenosa del egoísmo que le hace daño a él mismo y a los demás.
Así que es necesario aprender a decir no a la voz del egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María es plena, pues en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el seno, después niño confiado a sus cuidados maternos, luego adolescente y joven y hombre maduro; Jesús a quien ve partir de casa, seguido a distancia con fe hasta la Cruz y la Resurrección: Jesús es la alegría de María y es la alegría de la Iglesia, de todos nosotros.
(Fragmentos del discurso pronunciado durante el acto de veneración a la Inmaculada en la Plaza de España, 8/12/2012)