Grande fue la sorpresa de casi cinco mil peregrinos al oír los balidos de dos corderos que entraban serenamente en la Sala Pablo VI, durante la audiencia general del Papa Juan Pablo II el 21 de enero de 2004.
¿Qué hacían ahí, en aquel momento solemne, los dos animalitos?
La respuesta no tardó en llegar. Era el día de la conmemoración litúrgica de santa Inés ( Agnes en latín, nombre derivado de agnus , cordero) y el Ritual de los Pontífices establece que cada año en esta fecha el Papa bendecirá dos corderos, cuya lana servirá para confeccionar los palios que se impondrán a los nuevos arzobispos en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio. La ceremonia de la bendición se suele realizar en los aposentos privados del Pontífice, pero como ese 21 de enero fue miércoles, el día de audiencia general, Juan Pablo II decidió hacerla en la Sala Pablo VI frente a los peregrinos.
Una historia de casi dos milenios
El palio, la más antigua y característica insignia del obispo de Roma, tiene una historia poco conocida. Su origen se remonta a la Antigua Grecia, donde los grandes oradores y los más relevantes filósofos acostumbraban llevar al cuello una especie de echarpe o franja blanca que los distinguía de los demás ciudadanos. Un adorno al que los romanos llamaron pallium .
Con el paso de los años y el desarrollo del ceremonial de la liturgia, varios elementos de los trajes en boga en el Imperio Romano fueron adoptados por la Iglesia, que los sacralizó para su uso en las funciones del culto. Tal es el origen de, por ejemplo, la estola, el alba, la casulla, la dalmática, etc.
Así sucedió con el palio. Su aparición en la Iglesia de Occidente se remonta al siglo IV, en el breve período del Papa san Marco (enero a octubre del 336). Durante muchos siglos estuvo reservado al Sumo Pontífice como símbolo de la misión particular del obispo de Roma y de su estrecha relación con san Pedro Apóstol.
No obstante, con el curso del tiempo comenzó a ser usado también por algunos obispos, y a partir del siglo IX se convirtió en un ornamento litúrgico característico de los arzobispos metropolitanos. Actualmente, todo Metropolitano está obligado a pedir el palio al Papa en un plazo de tres meses desde su consagración episcopal, según lo determina el Código de Derecho Canónico (C. 437).
Ornamento de alto valor simbólico
El palio ostenta una gran riqueza de símbolos teológicos y litúrgicos. Al comienzo, colocado en torno al cuello, sus dos franjas con cruces negras bajaban por ambos lados del hombro izquierdo, significando la oveja cargada por el Buen Pastor.
En el siglo IX hubo un cambio: las dos franjas caían al centro del pecho y la espalda del arzobispo; las cruces se volvieron rojas, recordando las llagas de Cristo; y fueron añadidos tres grandes alfileres negros como representación de los clavos de la Cruz del Salvador.
Algunos siglos más tarde, cuando se redujeron las dimensiones de los ornamentos, las del palio disminuyeron también hasta encontrar sus colores y forma actual, pasando a convertirse en una franja de lana blanca con pocos centímetros de ancho, adornada con algunas cruces negras y tres hermosos alfileres. A comienzos del pontificado de Benedicto XVI fue concebida una forma nueva de palio para el uso exclusivo del Papa, que se asemeja al modelo romano antiguo.
Cuando el Decano del Colegio Cardenalicio le impuso el palio, el actual Pontífice comentó: “Este antiquísimo símbolo puede ser considerado una imagen del yugo de Cristo, que el Siervo de los Siervos de Dios toma sobre sus hombros. La lana del cordero simboliza la oveja perdida, a la enferma o débil, que el pastor pone sobre sus hombros y lleva a las aguas de la vida. La parábola de la oveja perdida era para los Padres de la Iglesia una imagen del misterio de Cristo y la Iglesia. ‘Apacienta mis ovejas', dijo Cristo a Pedro. Y a mí me dice lo mismo en este momento” .
En su discurso durante la ceremonia de imposición del palio a un grupo de arzobispos metropolitanos en 1999, el Papa Juan Pablo II resaltó dos importantes significados. El primero es la especial relación de los metropolitanos con el Sucesor de
Pedro; en segundo lugar, los corderos que proporcionaron la lana para su confección simbolizan “al Cordero de Dios que tomó sobre sí el pecado del mundo y se ofreció para rescatar a la humanidad” . Y agregó: “El palio, con el candor de su lana, es un convite a la inocencia de vida; y con la secuencia de las seis cruces, una referencia a la diaria fidelidad al Señor, hasta el martirio si fuera necesario”.
“Tomado del cuerpo de san Pedro”
Dado ese alto valor simbólico, se comprende que la confección de los palios se haga con cuidados especiales. Así, cada año son seleccionados dos corderos entre los más hermosos y saludables del Agro Romano , los cuales, después de ser bendecidos por el Papa el 21 de enero, son llevados a una dependencia de la Basílica de Santa Cecilia, en el Trastevere, donde las monjas benedictinas residentes los cuidan con esmero. Más tarde, en el momento preciso, los trasquilan y tejen la lana con la cual hacen ellas mismas los primorosos palios.
Éstos son entregados al Papa, que los manda depositar en un cofre junto a la tumba de san Pedro, en las Grutas Vaticanas. Ahí permanecerán durante un año, con lo que se volverán una especie de reliquia indirecta de san Pedro. Esto confiere más propiedad a la fórmula “de corpore Beati Petri sumptum” (“tomado del cuerpo de san Pedro”), usada en la ceremonia de imposición. “De la tumba de san Pedro, memoria permanente de su profesión de fe en el Señor Jesús, el palio recibe su fuerza simbólica” , afirmó Juan Pablo II en el citado discurso de 1999.
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