El Espíritu Santo: Santificador y guía de la Iglesia CatólicaPublicado 2012/11/30 "Se inquietaba la Santa Carmelita de Lisieux al sentir que su alma aspiraba a otras vocaciones que transponían los claustros de su Carmelo..." Redacción (Viernes, 30-11-2012, Gaudium Press) Se inquietaba la Santa Carmelita de Lisieux al sentir que su alma aspiraba a otras vocaciones que transponían los claustros de su Carmelo. Santa Teresita del Niño Jesús deseaba cumplir todas las vocaciones: quería morir en un campo de batalla en defensa de la fe como un guerrero o un Zuavo Pontificio; ardía en deseo de derramar toda su sangre sufriendo los peores tormentos como un mártir de los primeros tiempos del cristianismo; deseaba ser sacerdote para poder consagrar y distribuir el Santísimo Cuerpo de su divino Esposo, quería salir por toda la tierra para predicar las glorias de su Bien-amado como los apóstoles, los profetas y los doctores.
La respuesta le pareció clara, sin embargo no satisfizo sus objetivos. Perseveró en la lectura y se deparó con otro versículo donde explicaba el Apóstol que todas las vocaciones no son nada sin el amor. De esta forma, comprendió al final su vocación y en un transporte de entusiasmo exclamó: "Oh Jesús, mi amor, mi vocación la encontré al final: mi vocación es el amor. Sí, encontré mi lugar en la Iglesia [...]. En el corazón de la Iglesia, mi Madre, seré el amor... Así, seré todo... Mi sueño se realizará". 1 Lo que ardientemente buscaba Santa Teresita del Niño Jesús era algo que pudiese unificar y realizar todas las aspiraciones de su alma identificándose en todos los carismas que componen el Cuerpo Místico de Cristo. La unidad en la Iglesia se establece en el Espíritu Santo Entretanto, esa búsqueda nos pone delante de otro panorama, si un alma ante sus dispares anhelos puede armonizarlos al abrirse a la caridad, mucho más todos los carismas existentes dentro de la Santa Iglesia encuentran su unificación en aquel que es designado dentro de la Trinidad como el Amor. Dios Padre al contemplarse en su naturaleza y divinidad, inmediatamente genera otra Persona Divina: el Hijo, que es su Pensamiento su Verbo. Y el Padre y el Hijo al contemplarse mutuamente y verse enteramente idénticos, "el Padre ama al Hijo, y lo quiere por entero y es un amor infinito, es un amor tan fuerte, tan fuerte, que encuentra un eco en el Hijo, [...] no tiene qué poner ni sacar, a tal punto que es un solo amor. ¿Ese amor qué es? Tan fuerte que es una Persona." 2 Es la tercera Persona de la Santísima Trinidad que, por el amor, hace que la unión entre los miembros de la Esposa Mística de Cristo sea parecida con la que se desarrolla en la convivencia Trinitaria, siendo Él el Alma de la Iglesia. 3 Pues, así como en el principio Dios creó un muñeco de barro y le inspiró en las narices un soplo de vida con lo que el hombre se tornó un ser viviente, (Gn 2, 7) también, quiso Dios que su naciente Iglesia recibiese, en el día de Pentecostés, un alma que le diese plena vida y acción. "Pentecostés constituyó, sin duda, el último acto de fundación de la Iglesia [...] Del mismo modo que Dios modeló el cuerpo del hombre y, luego después le insufló el espíritu, Cristo formó el Cuerpo de su Iglesia con estructura apostólica y, en seguida, le infundió en Pentecostés el Espíritu Santo en persona". 4 El Alma de la Iglesia es el Espíritu Santo Por consiguiente, se puede claramente afirmar: "El alma de la Iglesia es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Defensor prometido y enviado, que la santifica y enriquece por la acción de su gracia y sus dones, impidiendo que Ella venga a sucumbir, o incluso hasta languidecer bajo los reiterados ataques de sus adversarios." 5
De ese modo, el Divino Paráclito atiende al deseo del Salvador: "Para que todos sean uno, así como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos estén en nosotros y el mundo crea que tú me enviaste. Les di la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno" (Jn. 17, 21-22). También es ‘función' del Espíritu Santo acompañar a cada fiel confiriéndole gracias para su perseverancia y todos los auxilios para alcanzar la gloria eterna. Ese auxilio fue prometido por Nuestro Señor y lo vemos registrado en las Sagradas Páginas del Evangelio y en las Epístolas Paulinas: "Es anunciado como el Abogado que ayudará a los discípulos (Jn. 14,16) habitando en su interior como en un templo (I Cor 3,16) y uniéndolos en un mismo cuerpo (I Cor 12,13). Él les enseñará lo anunciado por Jesús (Jn. 14,26), guiándolos a la verdad completa (Jn. 15,13). Él será su defensor ante los tribunales (Mt 10,20), será quien los fortalecerá en el testimonio (I Cor 12,3). [...] Él hará de los cristianos moradas de Dios (Ef 2,21). Y siendo el auxilio de los cristianos en sus debilidades (Rm 8,26) y es quien suscita en el interior de los corazones esa exclamación: ‘¡Abbá, oh Padre!' ". 6 Todo lo que existe en la Barca de Pedro es movido y gobernado por el Paráclito. Él acompaña cada paso. A ese respecto, el Prof. Plinio Correa de Oliveira tejió un bello comentario: "Al ver las cosas de la Iglesia, sentía yo una impresión curiosa. Más que una institución, Ella me parecía un alma inmensa que se expresa a través de mil aspectos, que posee movimientos, grandezas, santidades y perfecciones, como si fuese una sola gran alma que se expresó a través de todos los templos católicos del mundo, todas las liturgias, todas las imágenes, todos los sonidos de órgano y de todos los doblares de campanas. Esa ‘alma' lloró con los Réquiems, se alegró con los repicares de la Pascua y de las noches de Navidad; ella llora y se alegra conmigo.[...] Después vine a saber que ‘aquello' que yo percibiera era el Espíritu Santo, el Alma de la Iglesia". 7 De esta forma, concluimos que, mediante la asistencia del Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana puede llevar a cabo con toda perfección su misión santificadora, el Evangelio puede ser predicado por todos los pueblos, los Papas pueden, con toda seguridad, transmitir sus enseñanzas. Surgen, entonces, nuevos carismas para hacer resplandecer una faceta más de la Esposa de Cristo y hay un incesante florecimiento de nuevas almas santas tornándola así "toda gloriosa, sin mancha, sin arruga, sin cualquier otro defecto semejante, sino santa e irreprensible". (Ef 5, 27) Por Elen Coelho _____
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