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“Algunos penitentes que se confiesan con un Penitenciario Apostólico tienen la impresión de hacerlo con el propio Papa”
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Heraldos del Evangelio: ¿Qué es la Penitenciaría Apostólica?
Fray Isidoro Gatti: Es un tribunal apostólico que tiene competencia en el fuero interno, o sea, sobre todo lo que diga respecto a la conciencia de los fieles, ya sea para la absolución de ciertos pecados reservados a la Santa Sede como para dispensas que también se reservan a ella. La Penitenciaría Apostólica se ocupa además de la concesión de indulgencias. Por ejemplo, hace poco fue concedida una indulgencia especial para el Año de la Eucaristía. El responsable de la Penitenciaría Apostólica es un cardenal, llamado Penitenciario Mayor y nombrado por el Papa. Nosotros, los confesores, somos “penitenciarios menores”.
HE: ¿Por qué el título de “penitenciarios apostólicos”?
Fray Isidoro: El nombre penitenciario deriva del ministerio que se nos confía, de administrar el Sacramento de la Penitencia o Reconciliación (también llamado Confesión), o sea, con sabiduría y caridad acogedora hacer que las almas pecadoras se encuentren con la misericordia de Dios y con su Palabra. El Sacramento de la Penitencia está destinado a borrar los pecados personales cometidos después del Bautismo, ante todo los mortales y también los veniales.
Son penitenciarios “apostólicos” porque los designa el Papa y están al servicio directo de la Santa Sede. Pueden atender confesiones en cualquier parte del mundo.
HE: ¿Cómo llega un sacerdote a ser penitenciario apostólico?
Fray Isidoro: A los sacerdotes penitenciarios los elige el Superior General de su respectiva orden religiosa entre los miembros que poseen cierta experiencia en atender confesiones en iglesias importantes, y que poseen una doctrina moral y canónica adecuada por lo menos al comportamiento humano en los casos comunes, unida a la prudencia pastoral y a la humildad.
El Superior General presenta el candidato a la Penitenciaría Apostólica, la cual lo somete a un examen de teología moral y de derecho frente a una comisión compuesta por el Cardenal, el Regente, un teólogo y un canonista. Una vez aprobado, el nuevo penitenciario hace un juramento en las manos del Cardenal Penitenciario, de confesar siempre según la doctrina del magisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia.
Cada penitenciario debe conocer al menos dos lenguas. En la Basílica de San Pedro se confiesa en italiano, francés, alemán, español, portugués, inglés, húngaro, maltés, croata, esloveno, ruso, polaco, ucranio, ¡y hasta en chino!
HE: ¿Qué es el “Colegio de los Penitenciarios”?
Fray Isidoro: El “Colegio” es un grupo de penitenciarios menores encargados de las confesiones en una de las cuatro basílicas patriarcales romanas, y que viven en comunidad bajo la dirección de un superior o rector. Entre 1568 y 1569, el Papa san Pío V estableció tres colegios: el Colegio Vaticano, para la Basílica de San Pedro, confiado a los jesuitas; el Colegio Lateranense para la Basílica de San Juan, confiado a los franciscanos (Frailes Menores); y el Colegio Liberiano para la de Santa María la Mayor, confiado a los dominicos. El Papa Clemente XIV, por el Breve Miserator Dominus del 10 de agosto de 1774, colocó en San Pedro, en el lugar de los jesuitas, a los franciscanos conventuales. En 1933 el Papa Pío XI instituyó el Colegio Ostiense, para San Pablo Extramuros, confiándolo a los benedictinos.
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“Los penitenciarios apostólicos son nominados por el Papa y están al servicio directo de la Santa Sede”
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HE: Usted habló de “pecados reservados”. ¿De qué se trata?
Fray Isidoro: Se trata de algunos pecados gravísimos que, infelizmente, ofenden gravemente a Dios y a la Iglesia. Por ejemplo, el que profana la Eucaristía llevando hostias consagradas para arrojarlas en lugares inmundos, o para usarlas en actos sacrílegos como la “misa negra”. O sino, el que comete un acto de violencia física contra la persona del Papa.
A los pecados reservados se les aplica una excomunión cuya absolución queda reservada al Papa. El penitenciario que recibe la confesión de tales pecados no puede absolverlos, sino que debe escribir al Penitenciario Mayor, guardando en secreto el nombre del pecador, y esperar la respuesta y la indicación de la penitencia a cumplir como expiación.
Existen grados en las “reservas”. Por ejemplo, la excomunión aplicada a quien provoque un aborto o a quien fraudulentamente grabe o divulgue en los medios de comunicación social lo dicho durante una confesión. El penitenciario menor tiene facultad para absolver estas excomuniones.
HE: Entonces, para obtener esa absolución es necesario venir hasta Roma…
Fray Isidoro: La Iglesia es madre, y no puede olvidar a sus hijos pecadores que viven lejos: en el Congo, en Brasil, en Nueva Zelanda…
Así, en cada Iglesia Catedral puede hallarse el confesionario del “Canónigo Penitenciario”, al que todo fiel puede dirigirse sin necesidad de venir personalmente a Roma. Le cabrá al “Canónigo Penitenciario” consultar a la Penitenciaría Apostólica conforme a cada caso concreto.
Existen otras posibilidades, siempre en vista del bien de las almas, sobre todo si el penitente se encuentra en peligro de muerte. Pero no interesa aquí entrar en detalles.
No obstante, me permito contar un pequeño caso personal. Cuando niño, mi parroquia era la Catedral de Treviso. Un buen día leí sobre uno de los confesionarios esta inscripción: “Canónigo Penitenciario”. Huí asustado y pensando: “¡Qué sacerdote más malo, que pone un cartel para avisar que dará penitencias y castigos! ¡Nunca me confesaré con él!”
HE: ¿Qué busca y qué encuentra el peregrino en el penitenciario?
Fray Isidoro: Busca al hombre de Dios que se encuentra junto a la tumba de san Pedro, el lugar donde el primer Papa sufrió el martirio y es glorificado. Muchos penitentes me hacen la confidencia emocionada de que vinieron a confesarse aquí para “ver a Pedro”. Algunos tienen la impresión de confesarse con el propio Papa.
Buscan también al hombre de Dios al cual pueden confesar, con la libertad del anonimato, los pecados que no se atreverían a revelar al sacerdote de su propia parroquia.
El peregrino debe encontrar en el penitenciario la sabiduría, la dulzura y la inagotable paciencia, pues toda persona –cualquiera que sea su conducta, aunque no puede ser aprobada– quiere ser respetada y amada. Y debemos recordar lo dicho por san Pablo: “Hermanos, si alguno fuere hallado en falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, corríjanlo con mansedumbre.
Y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Gal 6, 1).
HE: Por lo tanto, ¿este ministerio también depara una gran alegría?
Fray Isidoro: Por cierto que sí. Existe la alegría de comprobar cómo “el Omnipotente hace grandes cosas”. Se siente una gran alegría cuando llegan los que dicen: “He pensado mucho, y veo que me equivoqué de camino, que ando perdido. Decidí firmemente cambiar de vida a partir de hoy, pase lo que pase”. O cuando llega un penitente que dice: “Entré a la Basílica con mi grupo turístico sin intención de confesarme, porque no lo hago desde hace años. Pero vi los confesionarios, vi las personas que se confesaban, y una voz interior me llamaba: ¿por qué no vas tú también? Y me decidí. ¿Qué cosa más linda que ser uno de estos penitentes que recobran la paz con Dios y consigo mismos?”
Otros llegan a la confesión atraídos por la belleza del arte, de la arquitectura, de la liturgia, de los cantos de la Capilla Sixtina. La percepción de la belleza se convierte en admiración y deseo del bien, ya que Dios también actúa por medio de las características comunes a todos los hombres: la aspiración a lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero. La admiración de la belleza puede restaurar la vida moral en el hombre.
Son en esos momentos cuando me siento exactamente como dijo de sí mismo nuestro Papa Benedicto XVI en el primer día de su pontificado: un humilde trabajador en la viña del Señor.
Esta es, evidentemente, la obra del Espíritu Santo. A fin de cuentas, ¿qué hice yo para traer esas almas? El Paráclito ya lo había hecho todo.
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